martes, 13 de febrero de 2018

SOY URUGUAYO, ASUMO LA CULPA por Sergio Tomasso

Los uruguayos somos, digamos:  parsimoniosos, mesurados, dispuestos a esperar un fallo judicial durante meses o años, que nos autorice o no, a condenar o reivindicar.
Si un dirigente sindical uruguayo apareciera comprando un cerro y transformándolo en fortaleza fulgurante de luces led, seguramente dispararía con mayor rapidez una voz de alerta y hasta gritos de repudio. Pero todos sabemos que un dirigente sindical de allende el Plata, es otra cosa. Para empezar, es un inversor.
Y si a cualquiera de nosotros cuando vamos a depositar un fajo de dólares a un banco, nos van a preguntar de qué modo lo obtuvimos, un inversor tiene muy buenas respuestas a este tipo de preguntas.
Y a los uruguayos, al menos creo yo, nos parece muy bien que lleguen inversores de cualquier parte del mundo que vengan, que transformen radicalmente las formas de producción de nuestras tierras, que nivelen la balanza comercial del país y nos lleven a la categoría de exportadores de soja y de celulosa, sin despreciar el prestigio internacional de nuestras carnes vacunas, ovinas y  “de las otras”.
“La justicia tarda pero llega”, dice una máxima antiquísima, y los uruguayos, por suerte, todavía creemos que es así. Yo creo que es así. Todo el mundo, los expertos en leyes y los que casi no saben leer (pero ven los informativos de la TV), confían en que un día, un mes, o varios años después, el expediente tendrá su punto final y habrá justicia, aunque a veces parezca un poco mezquina.
La lentitud no implica, necesariamente, inercia o inoperancia; sabemos que hay todo un proceso  extendido a lo largo de meses, que implica acumulación de datos, investigación que engrosa  el expediente sin que trascienda. Hasta que llega la hora de los abogados defensores, del cruce de  competencias  e interpretaciones legales, de los recursos y análisis exhaustivo de códigos.
En fin, tendremos tema en los medios informativos para rato. Y todo hace pensar que el principal implicado es el narcotráfico, esta vez con sus aperos  más elegantes, lejos del joven que balea desde una moto en cualquier barrio modesto, cada vez más cerquita del nuestro, llevando las cifras de crímenes a números asombrosos.
Y lo que me molesta bastante de este lento proceso, además, es que en el camino van quedando pérdidas irrecuperables, o casi. Cada vez que un “dirigente sindical argentino” u otro inversor cualquiera,  arrasa con un monte natural, autóctono, desvía corrientes naturales de agua o inunda la zona de plaguicidas, está destruyendo el Uruguay natural que, entre otras cosas, lo atrajo como inversor.
Se sabe que han muerto millones de abejas por causas de acción humana, o sea, perfectamente evitables. Y creo que siguen muriendo. Todavía confío en que algunos expedientes pueden andar más rápido, ahora que hay tantas computadoras, pero tal vez sea hora de que los uruguayos sacudamos nuestra modorra y encaremos la realidad al ritmo que imponen los tiempos actuales: vamos a evitar que nos pasen por arriba.


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